Fernando Llanos on Fri, 17 Jan 2003 09:52:02 +0100 (CET)


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[nettime-lat] Venezuela, México, Brasil y Argentina / por:FE



http://www.reforma.com/cultura/articulo/260966/default.htm

¿Quién quiere el cambio?

Opinión 
Por FELIPE EHRENBERG / Grupo Reforma

Ciudad de México (15 enero 2003).-Un lustro de cambios en países con los
mismos denominadores comunes: racismo y pobreza, corrupción y violencia,
crímenes contra la ecología, presiones internas y externas, economías
ilusorias. 
     

Cambio en Venezuela donde, de manera multitudinaria y sorprendiendo a
propios y oponentes, la mayoría le confió la conducción de la nación a un
militar de extracción humilde. Cambio en México, en un inolvidable 2 de
julio del 2001, cuando la mayoría superó una inercia de 71 años para colocar
a un empresario en la silla presidencial. Mayoría también la de los
argentinos, que se han movilizado para mudar el rumbo de su país y se
empeñan (literalmente) por encontrar el mejor camino. Cambio en Brasil,
donde otra gran mayoría, bajo el lema de "Cuando la esperanza vence al
miedo", le otorgó la presidencia a un obrero metalúrgico.
La profesión y el desempeño de los cuatro dirigentes puede o no significar
algo, lo que sí es importante es que los cuatro están donde están porque la
democracia insistió en que se respetara la voluntad de las mayorías
ciudadanas. Es muy posible que los triunfos de estas heterogéneas mayorías
oculte lo que en palabras de Luiz Gonzaga Belluzzo sea "la creciente
separación entre el poder real y la política democrática"; la realidad que
vivimos, tal y como han ejercido las mayorías, guste o no, ¡es democracia!
Llevo 18 meses viviendo en Brasil. Se trata de un tiempo muy distinto al
medio millar de días de ausencia de mi país. Desde aquí, puedo otear lo que
sucede en estas cuatro entrañables naciones próximas a mi corazón, donde
viven mis amigos más queridos y donde he trabajado, exhibido y publicado.
Comparo y luego pregunto: ¿Cómo estamos reaccionando los artistas, los
creadores y pensadores en estos cuatro países de nuestra América Latina
--como ciudadanos y como profesionales-- ante los cambios que nos acarrea la
democracia tan procurada?
Miro a Brasil. En este enorme territorio mis viejas y nuevas amistades se
muestran, sin excepción alguna, alegres con los cambios, seguros de poder
enfrentar cualquier adversidad y confiados en su propia fuerza creadora.
Gilberto Gil, "dulce bárbaro" de los años 60, magno músico compositor
surgido de la negritud bahiana, exiliado durante el régimen militar,
manantial de identidad y alegrías, es ahora el Secretario de Cultura del
Gobierno de Lula da Silva, que estrena Brasil. Su propuesta para la
construcción del nuevo proyecto de nación que buscará el Gobierno de Lula es
clara: darle sustancia al proyecto de inclusión social.
Habrá algunos entre la grey de pensadores y creadores que no estén de
acuerdo con que se le haya conferido el cargo, pero las críticas que
expresan en artículos y entrevistas son todo menos irrespetuosas; ya
vertidas, ceden al optimismo que corre como viento fresco por todo el país.
Incluso, algunos de sus críticos ya aceptaron dirigir puestos clave. Más
aún, todos parecen concordar en la apuesta que lanzó Gil: "Brasil, luego de
recuperar su dignidad, está destinado a suceder a Estados Unidos como
potencia".
También sigo las noticias de Argentina y pondero con atención especial la
correspondencia que me llega de ahí. Los correos-e de mis allegados no son
esperanzados. Tampoco son derrotistas. Reflejan mucho corajes, por supuesto,
pero también unas enormes ganas de salir adelante.
Si bien mis amigos argentinos lloran su tango diario y se la rayan a los
políticos en turno, se quieren mucho a sí mismos y siguen compartiendo el
mate mientras se dedican en cuerpo y alma a darle al mal tiempo buena cara.
La crisis les apretó el cincho, pero hacen de tripas corazón y consiguen la
guita para parir buen teatro, buenísima literatura, música dinámica,
emocionantes exhibiciones de arte, ¡cine extraordinario! La ciudadanía
asiste. Brasileños y argentinos prueban que a río revuelto, ganancia de la
cultura.
Las voces distantes que me llegan desde México, por otra parte, me suenan
rutinarias. Dan cuenta de hijos que crecen, de mudanzas de casa o un viaje,
de una exhibición o un congreso, del lanzamiento de un libro. Cálidamente
domésticas, algunas llegan a ser animadas. Son las menos. Muchas más
(demasiadas) me hablan de desempleo, de oportunidades reducidas, de
puñaladas traperas, de traiciones, incluso de ganas de abandonar el país.
Lo mismo o algo peor parece estar sucediendo en Venezuela, desde donde mis
más queridos amigos artistas lanzan interminables ráfagas de correos--e en
cadena a medio mundo, y me escriben para describir cómo se han atrincherado
para ubicarse de uno y otro lado de una barrera que no dudo les pesa mucho
construir. Muy pocos en ambos países dejan entrever siquiera un dejo de
pasión que no sea la ira, la tristeza o, lo que es peor, un sorprendente
desdén hacia la voluntad de las mayorías.
Aridez y Humedad
Comparo los cuatro países y me sorprende ver, de un lado, a mi México
desconcertado y nuestra Venezuela atribulada; y del otro, a la siempre
vilipendiada Argentina y al Brasil que estoy conociendo.
Veo cómo enfrentan el cambio los brasileños y los argentinos, muy distinta a
la manera en que lo enfrentamos los mexicanos y los venezolanos. Veo un
panorama árido y seco por un lado, una fresca y húmeda floresta por el otro.
¿Por qué? Por un lado, pesimismos, desesperanza y tendencias al suicidio
colectivo; por el otro, optimismo, entusiasmo y mucha voluntad. ¿Qué
carambas pasó con la autoestima que alguna vez tuvimos los mexicanos, con
aquella seguridad que alguna vez mostramos a través de nuestras artes?
Cada melodía, cuadro, obra teatral o coreográfica, cada libro refleja los
pensamientos y el estado de ánimo de quien los crea. Las grandes obras serán
espejos fieles del momento, para bien y para mal. Las artes siempre
asumieron la responsabilidad de reflejar el estado de ánimo de la gran
colectividad; por eso son la huella digital de la sociedad en la que se
gestan.
Me es claro que en Brasil y Argentina los artistas están cumpliendo su
función primordial, que es la de producir ideas y obras para explorar, a
través del diálogo, el momento que se vive. Aún no veo cómo están
respondiendo los de Venezuela, ocultos como están tras la humareda de un
conflicto que crece como volcán recién nacido. En cuanto a México, sólo me
cabe preguntar: ¿Dónde están las artes que reflejen nuestra realidad,
optimista o pesimista, esperanzada y desesperada, dónde están?
Aquella lejana mañana del 3 de julio del 2001, los mexicanos amanecimos, más
que contentos con el cambio, el logro democrático, desconcertados con el
resultado. Casi de inmediato, los portavoces de nuestras grandes
organizaciones políticas "de oposición" se dedicaron a descontar a los
personajes que la mayoría eligió para conducir a México durante seis años.
¿Y los artistas, los creadores y pensadores? Parecen estar emulando
fielmente la miopía de los políticos. Colaboran con la polarización del
territorio compartido (si no estás con mi partido, estás contra mi
persona... ¿suena conocido?).
Denuncian debilidades legislativas en materia cultural, pero sabotean
cualquier propuesta viable si no sale de su grupo; aborrecen a las
instituciones culturales y lloran por la ausencia de políticas culturales
oficiales, a la vez que añoran antañas circunstancias de privilegio, exigen
previlegios fiscales a la vez que riñen por tajadas de mercados debilitados.
Miembros o simpatizantes de alguna de las oposiciones, prefieren jurarle
lealtad a su bando predilecto que otorgársela a la voluntad de La Mayoría
que votó por el cambio.
¿Por qué parece la mayoría de los artistas tan poco inclinada a fundir su
quehacer profesional con sus deberes ciudadanos? ¿Por qué se muestra tan
esquemática ante las sorpresas que surgen en el diario acontecer político y
social de México? Se puede no estar de acuerdo con la voluntad de las
mayorías que precipitó el cambio, pero no se puede atentar contra la
soberanía de esa decisión.
Duele entonces ver que amigos y colegas, cuyo oficio es justamente la
imaginación, la usen para juegos de salón y opten por no usarla en esta hora
en que lo que apremia es concebir el futuro. Bien podrían servir las artes
en la trama del colectivo para conciliar las contradicciones. Además de
reflejar el cambio, podrían incluso darle sustancia. ¿Cuándo, entonces,
podremos ver y leer y escuchar las propuestas de los creadores mexicanos?
Porque ya urge.


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