Ricardo Bello on Mon, 30 Jun 2003 19:19:37 +0200 (CEST) |
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[nettime-lat] La esquizofrenia del terrorista |
LA ESQUIZOFRENIA DEL TERRORISTA Antes de embarcarnos en un examen del terrorismo venezolano, la razón y el por qué de los asesinatos en algunas de las manifestaciones de la oposición, por ejemplo,, conviene darse una vuelta por el estado actual del esfuerzo intelectual por comprender el terrorismo. Paul Berman, crítico cultural norteamericano, autor y colaborador regular de importantes publicaciones, pertenece a una variedad de intelectual que no estamos acostumbrados a frecuentar: es un escritor identificado con la izquierda (forma parte del Comité Editorial de la revista Dissent), aunque sus análisis estén carentes de compromisos ideológicos capaces de enturbiar sus análisis culturales. Su más reciente libro: Terror and Liberalism (Norton, 2003) busca identificar las raíces filosóficas del terrorismo islámico y termina argumentando, buena sorpresa, que la creciente ola de explosiones, muerte y sangre, tiene en buena parte un componente occidental. Otro autor, Albert Camus, intentó en El hombre rebelde identificar las rasgos del totalitarismo y la extrema violencia política en Europa y Rusia, rastrenado sus fuentes hasta la Antigüedad. Un lector del autor del Nóbel francés, sin embargo, detecta un fallo en su razonamiento: Tariq Ramadan,un filósofo del Islam contemporáneo, sostiene que deberíamos hablar de al menos dos civilizaciones, de dos universos y de dos culturas. Y por lo tanto, mal podrían hablarse de la conflictividad interna de una sola o misma civilización. La civilización moderna, vista desde este punto de vista, no existe; existen universos paralelos. La unidad, bien sea en política o en ciencia, resulta una ficción. Camus veía una equivalencia entre el totalitarismo y el terrorismo, mientras que Ramadán en cambio observa divergencias importantes a la hora de precisar la vinculación entre las formas extremas de rebelión y el terrorismo, que alejan al segundo del totalitarismo. Un ejemplo: la orden dada a Abraham para que mate a su hijo. El Pentateuco judío detecta una vacilación inicial en el patriarca hebreo y el Corán – que narra el mismo incidente – no lo recuerda así. La sumisión de Abraham es absoluta, de acuerdo a las fuentes musulmanas. No hay lucha, ni resistencia mental al absurdo mandato: el Abraham árabe no duda, sólo obedece. La sumisión absoluta es una condición de la justicia social, impuesta por la divinidad musulmana, mientras que la duda, el escepticismo, la libertad de acción nace, para las fuentes judías, en ese dramático momento. Los personajes de la novela Los endemoniados, escrita por Dostoeivski a mediados del siglo XIX, viven en carne propia exactamente esos mismos dilemas. La rebelión inicial comienza en libertad y termina en crimen. La conciencia superior del iluminado no admite límites morales: el nihilismo es su única verdad. Henry James y Josef Conrad son otros dos de los nombres en la mejor tradición de la literatura occidental, asociados a una exploración “estética” del terrorismo. El liberalismo, una opción despreciada por los revolucionarios, sostiene que la vida –política, religiosa o económica - no está gobernada por una sola autoridad. La libertad del liberalismo reconoce la existencia de otras libertades; más que una doctrina rígida, capaz de interpretar la totalidad de la vida social, es un estado mental al cual no tienen acceso los revolucionarios de Dostoievski o sus descuidados intérpretes venezolanos. A comienzos del siglo pasado tuvo lugar una transformación brutal: las teorías románticas y medio demenciales de los Raskolnikovs, la pasión por el suicidio y el asesinato como formas de expresión libertaria, se unieron a las filosofías obscuras de la extrema derecha alemana y al antisemitismo, en un mismo odio contra el liberalismo. El fascismo, el culto a la mitología nórdica y el odio al cristianismo de Nietzsche, le otorgaron a la muerte un rol único en la historia moderna. Jamás tuvimos verdugos tan puros ni tan sublimes como los nazis, tan creativos en su pasión por transformar la muerte en un fantasmagórico y muy real acto de “belleza”. Dos obras maestras dan testimonio de este proceso: La decisión de Sofía del escritor norteamericano William Styron y La lista de Schlinder del australiano Thomas Kenneally. El totalitarismo implica la idea de una autoridad total, de un líder máximo, de una doctrina absoluta y de un movimiento político único compartido por todos, por las buenas o por las malas. La noción de una sociedad que ha sido limpiada de agentes contaminantes, lleva consigo la idea de limpieza, de purga: la pureza de la virtud falangista en la España de Franco, la pureza biológica de la sangre hitleriana, o los fusilamientos de todo los que supieran leer o escribir en el régimen comunista de Pol Pot en Cambodia son ejemplos que surgen instantéamente en la memoria. La categoría de totalidad marxista está asociada, argumenta Paul Breman, al concepto de la unidad de Dios. Las responsabilidades de los hombres provienen de una misma fuente: Dios. Si aceptamos su abrumadora realidad, no hay ninguna esfera de la vida política que pueda escaparse a sus dominios. De ahí la necesidad absoluta del Jihad o Guerra Santa. Si existe Dios, no deben existir sociedades de no-creyentes y si hay, deben combatirse. La prioridad de la guerra y la importancia concedida a la muerte, es casi histérica. El Corán es un código de comportamiento que rechaza distinguir entre lo sagrado y lo secular. No puede haber distinciones, pues de haberla, tendríamos más de un Dios y no es el caso. Si la tolerancia y la apertura al prójimo se extienden demasiado, si el Islam se mezcla con el mundo de los infieles, la experiencia de la divinidad será distorsionada y empobrecida. Para los musulmanes o todo es divino o nada es divino. El elemento más peligroso para el fundamentalismo no es el capitalismo o la libertad de la mujer, sino la separación entre Iglesia y Estado. La igualdad de todos los hombres significa la igualdad ante una misma y única doctrina. La Jihad, vista así, es una guerra defensiva. A pesar de su desprecio por los ideales de la Revolución Rusa y de haber prescindido, poco después de llegar al poder, del apoyo de los comunistas iraníes, la revolución de Khomeini combinaba posturas de la extrema izquierda y de la extrema derecha. El resentimiento de sus líderes o del pueblo que apoyó el cambio puede palparse en los libros del escritor trinitario V.S. Naipaul, sobre todo en su libro Más allá de la fe. Los primeros años del gobierno del Ayatolla significaron un retroceso para los derechos de la mujer y los derechos humanos en general. Ante la crueldad de Hussein en la guerra contra Irán, Khomeini proclamó la dignidad del martirio, lanzando a una muerte inútil a cientos de miles de personas. La revolución fue en esta etapa un movimiento de masas para y por el suicidio. Y las guerrillas urbanas del Hezbollah y el Hamas, tanto en Egipto como en Palestina, se alimentan de la misma creencia. Los islamistas mataron a casi dos millones de personas en el Sudán, un genocidio que intentó eliminar a los cristianos y animistas africanos del país. Pero el impulso hacia el suicidio, el culto a la muerte por encima de cualquier otra consideración, se palpa mejor en el problema palestino. Clinton y Ehud Barak le ofrecieron en el año 2000 a Arafat, una retirada masiva de los asentamientos judíos en Cisjordania, el establecimiento de un Estado Palestino con una Jerusalén compartida como capital y la OLP rechazó la oferta. Pocas semanas después se inició la ola de atentados suicidas que tumbó al Gobierno del centro-izquierdista Partido Laborista y en las nuevas elecciones ganó la ultra-derecha israelí, encendida por la respuesta de Arafat y los atentados palestinos. Y ahí comenzó en forma el espiral de la violencia y el culto y los pagos al martirio. Pocas personas saben que Saddam Hussein cancelaba $25.000 a los mártires palestinos que ingresaban a Israel transformados en bombas. O que Arabia Saudita pagaba al mismo tiempo $5.000 por mártir, muerte comprobada. Osama Bin Laden es sólo un eslabón más en esta confusión de criterios políticos y religiosos que confunde el suicidio con la dignidad y la prosperidad con la ultratumba. Una frase suya es famosa: “No los reconocemos, no negociaremos con ellos y tampoco haremos las paces.” Ahora bien, cada vez que leo esta frase me topo conceptualmente con el Presidente de Venezuela. Su dramática , populista e histérica visión de la Historia, la catalogación de sus adversarios políticos como hipócritas, calificativos cercanos a los gritos demenciales de los seguidores de Mahoma contra los judíos; sus discursos sobre la muerte (“Sangre no derramada no es sangre”), lo acercan de una manera espantosa – por real – a los fundamentalistas y ahí se explican los atentados contra las marchas de la oposición. El honor y el respeto, escribe Berman comentando cierta mentalidad del Islam, sólo puede establecerse sobre un piso de inválidos y cadáveres. El error inicial de la oposición venezolana proviene de su creencia en la de racionalidad universal. El liberalismo no se reduce a una defensa de la democracia o de mercados abiertos de capitales, implica también una fe en la defensa lógica de libertades individuales, en el progreso, la racionalidad y la aceptación de cierto grado de incertidumbre en nuestras vidas. No tenemos manera de prever las motivaciones de quien aspira al poder a fin de implementar un irracional plan de destrucción. Ciertos defensores de los derechos humanos se van arrimando a estos líderes, como los socialistas y pacifistas franceses del partido de Léon Blum, que se opusieron a la creación de un ejército para enfrentar a los nazis – en aras de la paz -, luego se resistieron a enfrentarlo cuando invadió Francia - en aras de la no-violencia por supuesto -, luego formaron parte del gobierno colaboracionista del Mariscal Pétain y finalmente dieron el visto bueno cuando el judío Blum fue enviado al campo de concentración de Dachau. La vuelta completa: iniciaron su carrera política en la izquierda y terminaron apoyando la tiranía, el abuso de los derechos humanos y el asesinato, a fin de no traicionar un ideal socialista. ¿Cuántos de entre nosotros no han trazado ese mismo círculo? Ricardo Bello aracal@well.com _______________________________________________ Nettime-lat mailing list Nettime-lat@nettime.org http://amsterdam.nettime.org/cgi-bin/mailman/listinfo/nettime-lat