MERCADO REYES SANTOS on Tue, 25 Mar 2003 07:45:03 +0100 (CET)


[Date Prev] [Date Next] [Thread Prev] [Thread Next] [Date Index] [Thread Index]

[nettime-lat] ¿Es injusta la guerra contra Saddam Hussein?



 Por ORIANA FALLACI

               Para evitarme el dilema y ahorrarme la dolorosa 
pregunta de si «debe
               o no debe hacerse esta guerra», para superar las 
reservas, las
               repugnancias y las dudas que todavía me torturan, a 
menudo me digo a
               mí misma: «¡Ojalá los iraquíes se liberasen por sí 
solos de Sadam
               Husein! ¡Ojalá que cualquier Ahmed o cualquier Abdul lo 
liquidase y
               lo colgase por los pies en cualquier plaza como en 1945 
hicieron los
               italianos con Mussolini!». Pero eso no sirve. O sólo 
sirve en un
               sentido. De hecho, en 1945, los italianos se liberaron 
de Mussolini,
               porque los aliados habían ocupado las tres cuartas 
partes de Italia
               y, por lo tanto, habían hecho posible la insurrección 
del Norte. En
               otras palabras, porque habían hecho la guerra. Una 
guerra sin la
               cual habríamos tenido que aguantar a Mussolini mientras 
viviese (y
               lo mismo a Hitler).Una guerra durante la cual los 
aliados nos habían
               bombardeado sin piedad y en la que habíamos muerto como 
moscas.
               Ellos, también.En Salerno, en Anzio, en Cassino. En el 
avance hacia
               Florencia, en la Línea de Gotica. En la tremenda Línea 
de Gotica que
               los alemanes habían trazado desde el Tirreno al 
Adriático. En menos
               de dos años, 45.806 muertos norteamericanos y 17.500 
entre ingleses,
               canadienses, australianos, neozelandeses, sudafricanos, 
hindúes,
               brasileños y polacos. También los franceses que habían 
optado por De
               Gaulle y los italianos del Quinto o del Octavo Ejército.
(¿Saben
               cuántos cementerios militares aliados hay en Italia? 
Más de 130. Y
               los más grandes y los más llenos son precisamente los 
de los
               americanos. Sólo en Nettuno, 10.950 tumbas. Sólo en 
Falciani, cerca
               de Florencia, 5.811... Cada vez que paso por delante y 
veo ese lago
               de cruces, me estremezco de dolor y de gratitud). 
Porque en Italia
               también había un Frente de Liberación Nacional. Una 
Resistencia a la
               que los aliados suministraban armas y municiones. 
Porque, a pesar de
               mi tierna edad, yo también colaboraba. Recuerdo 
perfectamente el
               Dakota que, desafiando a los antiaéreos, lanzaba a los 
paracaidistas
               en la Toscana.Exactamente en el Monte Giovi, donde, 
para hacernos
               localizar, encendíamos fuegos y donde una noche 
lanzaron en
               paracaídas incluso un comando cuya misión era instalar 
una radio
               clandestina, llamada Radio Cora. Diez simpatiquísimos 
americanos que
               hablaban un perfecto italiano. Y que, tres meses 
después, fueron
               capturados por las SS, torturados de una forma salvaje 
y fusilados
               junto a la partisana Anna Maria Enriquez-Agnoletti. Por 
eso el
               dilema persiste. Atormentador y agobiante.
               ***
               Persiste por los motivos que me dispongo a exponer. El 
primer motivo
               es que, contrariamente a los pacifistas que nunca 
berrean contra
               Sadam Husein o Bin Laden y se meten sólo con Bush o con 
Blair (en la
               manifestación de Roma gritaban incluso contra mí, al 
parecer
               deseando que saltase en mil pedazos con el próximo 
transbordador),
               yo conozco la guerra. Sé muy bien qué significa vivir 
en el terror,
               correr bajo el fuego de los cañones o las bombas de mil 
kilos, ver
               morir a la gente y explotar las casas, reventar de 
hambre y no tener
               ni siquiera agua para beber. Y lo que es peor, sentirse 
responsable
               por la muerte de otro ser humano (aunque ese ser humano 
sea un
               enemigo, por ejemplo un fascista o un soldado alemán). 
Lo sé porque
               pertenezco, precisamente, a la generación de la Segunda 
Guerra
               Mundial. Y porque gran parte de mi vida he sido 
corresponsal de
               guerra. No uno de esos corresponsales que ven la guerra 
desde los
               hoteles, sino de los que realmente se patean el frente. 
Por tanto,
               desde Vietnam hasta ahora, he visto horrores que el que 
sólo conoce
               la guerra a través de la televisión o de las películas, 
donde la
               sangre es salsa de tomate, ni siquiera puede imaginar. 
Odio la
               guerra de una forma que nunca podrán odiar los 
pacifistas de buena o
               mala fe. La odio tanto que cada uno de mis libros 
rezuma ese odio.
               La odio tanto que incluso las escopetas de caza me 
molestan y los
               disparos de los cazadores hacen que me suba la sangre a 
la cabeza.
               Pero no acepto el farisaico principio o el eslogan de 
los que
               dicen: «Todas las guerras son injustas, todas las 
guerras son
               ilegítimas».La guerra contra Hitler y Mussolini era una 
guerra
               justa, por todos los santos. Una guerra legítima. 
Incluso,
               obligatoria.Las guerras del resurgimiento italiano que 
mis abuelos
               hicieron en el siglo XIX para expulsar al extranjero 
invasor eran
               guerras justas, por todos los santos. Guerras legítimas.
               Obligatorias.Y lo mismo se puede decir de la Guerra de 
la
               Independencia que los colonos americanos hicieron 
contra Inglaterra.
               Y lo mismo las guerras (o las revoluciones) que tienen 
lugar para
               reencontrar la dignidad y la libertad. Yo no creo en 
las rápidas
               absoluciones, en las cómodas pacificaciones, en el 
perdón fácil. Y
               todavía creo menos en la explotación de la palabra paz, 
en el
               chantaje de la palabra paz. Cuando en nombre de la paz 
se cede a la
               prepotencia, a la violencia y a la tiranía. Cuando en 
nombre de la
               paz un pueblo se resigna al miedo y renuncia a la 
dignidad y a la
               libertad, la paz ya no es paz. Es un suicidio.
               ***
               El segundo motivo es que, a pesar de ser justa como 
espero y
               legítima como deseo, esta guerra no debería tener lugar 
ahora.Habría
               tenido que desarrollarse hace un año. Es decir, cuando 
las ruinas de
               las dos torres estaban todavía humeantes, y todo el 
mundo civilizado
               se sentía americano.Y si se hubiese hecho entonces, hoy 
los
               simpatizantes de Bin Laden y de Sadam Husein no 
llenarían las
               plazas con su pacifismo de sentido único. Las estrellas 
de Hollywood
               no se habrían exhibido en el papel (en el fondo 
grotesco) de jefes
               de Estado. Y la ambigua Turquía que está volviendo a 
poner el velo a
               las mujeres no negaría el paso a los marines que se 
dirigen al
               frente Norte. A pesar de las chicharras europeas que, 
junto a los
               palestinos, gritaban «les ha estado bien empleado a los 
americanos»,
               hace un año nadie negaba que Estados Unidos había 
sufrido un segundo
               Pearl Harbor y que, por tanto, tenían derecho a 
reaccionar. Más aún,
               a pesar de ser justa como espero y legítima como deseo, 
ésta es una
               guerra que habría tenido que desarrollarse incluso 
antes. Es decir,
               cuando Clinton era presidente y las pequeñas Pearl 
Harbor surgían en
               todo el mundo. En Somalia, por ejemplo, donde los 
marines en misión
               de paz eran asesinados y mutilados y, después, 
entregados a las
               muchedumbres enloquecidas. En Yemen, en Kenia y en 
otros muchos
               sitios. El 11-S no fue más que la brutal confirmación 
de una
               realidad ya fosilizada. La indiscutible diagnosis del 
médico que te
               pone ante la cara la radiografía y sin miramientos te 
dice: «Señor,
               señora, tiene usted un cáncer». Si Clinton hubiese 
pasado menos
               tiempo con mozas lozanas, si hubiese utilizado de una 
forma más
               responsable el Despacho Oval, quizá no hubiese tenido 
lugar el 11-S.
               Y es inútil añadir que, menos aún, el 11-S tampoco 
habría tenido
               lugar si George Bush Senior hubiese eliminado a Sadam 
Husein en la
               Guerra del Golfo. ¿Recuerdan? En 1991, el Ejército 
iraquí se
               desinfló como un balón pinchado. Se desintegró tan 
rápidamente que
               hasta yo capturé a cuatro soldados suyos.Estaba detrás 
de una duna
               del desierto saudí, sola e indefensa, cuando cuatro 
esqueletos
               indefensos y harapientos vinieron hacia mí con las 
manos en
               alto. «¡Bush!», susurraron en tono suplicante.«¡Bush!», 
palabra que,
               para ellos significaba «Tengo hambre y sed. Hágannos 
prisioneros,
               por caridad». Les cogí, les entregué al teniente y, 
éste, en vez de
               alegrarse, comenzó a gruñir: «¡Uf! Ya tenemos 50.000. 
¿Le va a dar
               usted de comer y de beber?».Y sin embargo, los 
americanos no
               llegaron a Bagdad. George Bush Senior no derrocó a 
Sadam. («El
               mandato de Naciones Unidas era liberar Kuwait y nada 
más»). Y para
               darle las gracias, Sadam intentó hacerlo asesinar. A 
veces, me
               pregunto si esta guerra tardía no es una represalia 
pacientemente
               esperada. Una promesa filial, una venganza de tragedia 
shakesperiana
               o griega.
               ***
               El tercer motivo es la forma equivocada en la que se 
realizó la
               hipotética promesa al padre. ¿Quién se atrevería a 
refutarle? Desde
               el 11-S hasta los comienzos del pasado otoño todo el 
énfasis se
               concentró en Bin Laden, en Al Qaeda y en Afganistán. 
Sadam Husein e
               Irak fueron prácticamente ignorados. Y sólo cuando 
quedó claro que
               Bin Laden gozaba de una excelente salud, porque el 
intento de
               cogerlo vivo o muerto había fallado, Bush y Powell se 
acordaron de
               su rival. Nos dijeron que Sadam Husein era malo, que 
cortaba la
               lengua y las orejas a los enemigos, que mataba a los 
niños delante
               de sus propios padres (cierto). Que decapitaba a las 
prostitutas y,
               después, exhibía sus cabezas en las plazas (cierto). 
Que sus
               prisiones estaban repletas de presos políticos 
encerrados en celdas
               tan pequeñas como grandes, que los experimentos 
químicos y
               biológicos los realizaba sobre tales víctimas con 
especial
               predilección (cierto). Que mantenía relaciones con Al 
Qaeda y que
               financiaba el terrorismo, premiaba a las familias de 
los kamikazes
               palestinos con 25.000 dólares a cada familia (cierto). 
Y por último,
               que jamás había renunciado a su arsenal de armas 
letales y que, por
               lo tanto, Naciones Unidas tenía que volver a enviar a 
los
               inspectores a Irak. De acuerdo, pero seamos serios. Si 
en los años
               30 la ineficaz Liga de las Naciones hubiese enviado sus 
inspectores
               a Alemania, ¿Hitler les habría mostrado Peenemünde, 
donde Von Braun
               fabricaba los V1 y los V2 para pulverizar Londres? 
¿Seguro que les
               hubiese mostrado los campos de concentración de Dachau 
y Mathausen,
               Auschwitz y Buchenwald? A pesar de todo, la comedia de 
los
               inspectores se puso en marcha y con tal intensidad que 
el papel de
               estrella pasó de Bin Laden a Sadam Husein. Y ni 
siquiera la
               detención de Khalid Muhammed, el arquitecto del 11-S, 
provocó el
               júbilo popular. Y la noticia de que Bin Laden fue 
localizado en
               Pakistán y corrió el riesgo de tener la misma suerte, 
también pasó
               desapercibida. Una comedia repleta de miserias la de los
               inspectores. Una comedia de vil doble juego y de 
complicidad.Una
               comedia llena de estrategias equivocadas por parte de 
Bush que,
               teniendo el pie en los estribos, pedía al Consejo de 
Seguridad
               permiso para hacer la guerra y, al mismo tiempo, 
enviaba las tropas
               a las fronteras de Irak. En menos de dos meses, un 
cuarto de millón
               de soldados. Con los ingleses y australianos, más de 
300.000. Y eso
               sin tener en cuenta que los enemigos de América (o de 
Occidente
               debería decir) no están sólo en Bagdad.
               Porque sus enemigos están también en Europa, señor 
Bush. Están en
               París, donde el melifluo Chirac pasa ampliamente de la 
paz, pero
               sueña con satisfacer su vanidad con el Premio Nobel de 
la Paz. Donde
               nadie quiere derrocar a Sadam, porque Sadam es el 
petróleo que las
               compañías petrolíferas francesas extraen de Irak. Y 
donde, olvidando
               el pequeño lunar llamado Pétain, Francia sigue teniendo 
la
               napoleónica pretensión de dominar la Unión Europea. 
Asumir su
               hegemonía. Sus enemigos, señor Bush, están en Berlín, 
donde el
               partido del mediocre Schröder ha ganado las elecciones 
comparándole
               con Hitler. Donde las banderas americanas se ensucian 
con la
               esvástica, símbolo de la Alemania nazi. Y donde los 
alemanes van de
               la mano de los franceses, creyendo que son nuevamente 
los amos. Sus
               enemigos, señor Bush, están en Roma, donde los 
comunistas salieron
               por la puerta para entrar por las ventanas como los 
pájaros de la
               homónima película de Hitchcock. Donde los curas 
católicos son más
               bolcheviques que los comunistas. Y donde afligiendo al 
próximo Papa
               con su ecumenismo, su tercermundismo y su 
fundamentalismo, Karol
               Wojtyla recibe a Aziz como si fuese una paloma con la 
rama de olivo
               en el pico o un mártir a punto de ser devorado por los 
leones del
               Coliseo (y después lo manda a Asís, donde los frailes 
le acompañan
               hasta la tumba de San Francisco, pobre San Francisco).Y 
en los demás
               países, lo mismo o peor. ¿Todavía no le han informado 
sus
               embajadores? Señor Bush, en Europa hay enemigos de 
Estados Unidos
               por todas partes. Lo que usted llamaba 
diplomáticamente «diferencias
               de opinión» es odio puro. Un odio parecido al que 
exhibía la Unión
               Soviética hasta la caída del Muro. Su pacifismo es 
sinónimo de
               antiamericanismo y, acompañado de un profundo 
renacimiento del
               antisemitismo, triunfa igual que el Islam.
               ¿Sabe por qué? Porque Europa ya no es Europa. Se ha 
convertido en
               una provincia del Islam, como España y Portugal en 
tiempo de los
               moros. Europa alberga 16 millones de inmigrantes 
musulmanes, es
               decir, el triple de los que hay en América (y América 
es tres veces
               mayor). Europa hierve de mulás, de ayatolás, de imames, 
de
               mezquitas, de turbantes, de barbas, de burkas, de 
chadores.Y cuidado
               con protestar. Europa esconde miles de terroristas que 
nuestros
               gobiernos no consiguen ni controlar ni identificar.Por 
eso, la gente
               tiene miedo y enarbola la bandera del pacifismo, 
pacifismo igual a
               antiamericanismo, y así se siente protegida.Y por si 
eso fuera poco,
               Europa olvidó a los 221.484 americanos muertos por ella 
en la
               Segunda Guerra Mundial... Le importa un bledo sus 
cementerios en
               Normandía, en las Ardenas, en los Vosgos, en el valle 
del Rin, en
               Bélgica, en Holanda, en Luxemburgo, en Lorena, en 
Dinamarca o en
               Italia. En vez de gratitud, Europa siente envidia, 
celos y odio.
               Ninguna nación europea apoyará esta guerra, señor Bush. 
Ni siquiera
               las realmente aliadas, como España, o las dirigidas por 
tipos como
               Berlusconi que le llama «mi amigo George». En Europa 
usted sólo
               tiene un amigo y un aliado: Tony Blair. Pero incluso 
Blair dirige un
               país invadido por los moros y lleno de envidia, celos y 
odio hacia
               Estados Unidos.Incluso su partido lo persigue y le 
vuelve la
               espalda. Por cierto, tengo que pedirle disculpas, señor 
Blair.
               Porque, en mi libro La rabia y el orgullo, fui injusta 
con usted.
               Equivocada por su exceso de cortesía hacia la cultura 
islámica,
               escribí que era usted una chicharra entre las 
chicharras, que su
               coraje era flor de un día y que, una vez que ya no le 
sirviese a su
               carrera política, lo dejaría de lado. Pero la verdad es 
que está
               sacrificando su carrera política en aras de sus propias
               convicciones. Con una impecable coherencia. Pido
               disculpas de verdad y retiro incluso la dura frase que 
aumentaba la
               injusticia: «Si nuestra cultura tiene el mismo valor 
que una cultura
               que obliga a llevar el burka, ¿por qué pasa las 
vacaciones en mi
               Toscana y no en Arabia Saudí o en Afganistán?». Y le 
digo: «Venga
               cuando quiera. Mi Toscana es su Toscana y mi casa, su 
casa. My home
               is your home».
               ***
               El motivo final de mi dilema radica en los términos con 
los que Bush
               y Blair y sus consejeros definen esta guerra. «Una 
guerra de
               liberación, una guerra humanitaria para llevar la 
libertad y la
               democracia a Irak». Pues no, queridos señores, no. El 
humanitarismo
               no tiene nada que ver con las guerras. Todas las 
guerras, incluso
               las justas, incluso las legítimas, son muerte y 
desgracia y
               atrocidad y lágrimas. Y ésta no es una guerra de 
liberación (ni
               siquiera es una guerra por el petróleo, como muchos 
sostienen.
               Contrariamente a los franceses, los americanos no 
necesitan el
               petróleo iraquí).Es una guerra política. Una guerra 
hecha a sangre
               fría para responder a la Guerra Santa que los enemigos 
de Occidente
               declararon el 11-S. Es una guerra profiláctica.Una 
vacuna, como la
               vacuna contra la polio y la varicela, una intervención 
quirúrgica
               que se abate sobre Sadam Husein, porque entre los 
diversos focos
               cancerígenos, Sadam Husein es el más obvio. El más 
evidente y el más
               peligroso. Además, Sadam constituye el obstáculo 
(piensan Bush y
               Blair y sus consejeros) que, una vez retirado, les 
permitirá
               rediseñar el mapa de Oriente Próximo. Es decir, hacer 
lo que los
               ingleses y los franceses hicieron tras la caída del 
Imperio Otomano.
               Rediseñar y difundir una Pax Romana, perdón, una Pax 
Americana,
               donde reine la libertad y la democracia. Donde nadie
               moleste con atentados ni matanzas. Donde todos puedan 
prosperar,
               vivir felices y contentos. Tonterías. La libertad no se 
puede
               regalar, como un trozo de chocolate y la democracia no 
se puede
               imponer con ejércitos. Como decía mi padre, cuando 
invitaba a los
               antifascistas a entrar en la Resistencia, y como digo 
yo cuando
               hablo con los que creen honestamente en la Pax 
Americana, la
               libertad tiene uno que conquistarla. La democracia nace 
de la
               civilización y, en ambos casos, hay que saber de qué se 
trata.La
               Segunda Guerra Mundial fue una guerra de liberación no 
porque
               regalase a Europa dos trozos de chocolate, es decir dos 
novedades
               llamadas libertad y democracia, sino porque las 
restableció.Y las
               restableció porque los europeos las habían perdido con 
Hitler y
               Mussolini. Pero las conocían bien y sabían de qué se 
trataba. Los
               japoneses, no. Estoy de acuerdo. Para los japoneses los 
dos trozos
               de chocolate fueron un regalo que les reembolsaba, 
sobre todo,
               Hiroshima y Nagasaki. Pero Japón ya había iniciado su 
marcha hacia
               el progreso, y ya no pertenecía al mundo que en La 
rabia y el
               orgullo llamo La Montaña. Una montaña que, desde hace 
1.400 años no
               se mueve, no cambia, no emerge de los abismos de su 
ceguera. En
               definitiva, el Islam. Los modernos conceptos de 
libertad y
               democracia son absolutamente extraños al tejido 
ideológico del
               Islam, totalmente opuestos al despotismo y a la tiranía 
de sus
               estados teocráticos. En ese tejido ideológico es su 
dios el que
               manda, su dios el que decide el destino de los hombres 
y de ese dios
               los hombres no son hijos, sino súbditos y esclavos. 
Insciallah -lo
               que allah quiera-, Insciallah. Es decir, en el Corán no 
hay lugar
               para el libre albedrío, para la elección y, por lo 
tanto, para la
               libertad. No hay lugar para un régimen que, al menos 
jurídicamente,
               se basa en la igualdad, en el voto, en el sufragio 
universal, es
               decir, no hay lugar para la democracia.De hecho, los 
musulmanes no
               entienden estos dos conceptos modernos.Los rechazan, e
               invadiéndonos, conquistándonos, los quieren borrar 
incluso de
               nuestra vida.
               ***
               Apoyados en su profundo optimismo, el mismo optimismo 
con el que en
               Fort Alamo combatieron con tanto heroísmo y terminaron 
todos
               masacrados por el general Santa Ana, los americanos 
están seguros de
               que en Bagdad serán acogidos como en Roma y en 
Florencia y en
               París. «Nos aplaudirán, nos echarán flores», me dijo, 
todo contento,
               un cabeza de huevo de Washington. Quizá. En Bagdad 
puede pasar de
               todo. ¿Y después? ¿Qué pasará después? Más de dos 
tercios de los
               iraquíes que en las últimas elecciones dieron el 100% 
de los votos a
               Sadam son chiítas que, desde siempre, sueñan con
               establecer la república islámica de Irak. Y en los años 
80, incluso
               los soviéticos fueron bien acogidos en Kabul.También 
los soviéticos
               impusieron su pax con el Ejército. Convencieron a las 
mujeres de
               quitarse el burka, ¿recuerdan? Pero, 10 años después, 
tuvieron que
               irse y ceder el sitio a los talibán. ¿Y si, en vez de 
descubrir la
               libertad, Irak se convirtiese en un segundo Afganistán?
               Pregunta: ¿Y si en vez de descubrir la libertad, todo 
el Oriente
               Próximo saltase por los aires y el cáncer se 
multiplicase? De país
               en país, como una especie de reacción en cadena... Como 
occidental
               orgullosa de su civilización y, por lo tanto, decidida 
a defenderla
               hasta el último suspiro, en ese caso tendré que unirme 
sin reservas
               a Bush y a Blair, atrincherados en un nuevo Fort Alamo. 
Sin
               repugnancia, debería luchar y morir con ellos.
               Es lo único sobre lo que no tengo duda alguna.

               Traducción: José Manuel Vidal
               .epsilon. Oriana Fallaci. Rcs Libri Rizzoli
               International. Todos los derechos reservados. Este 
artículo se ha
               publicado en The Wall Street Journal y Corriere della 
Sera


 

> 

-- 
Santos Mercado Reyes

_______________________________________________
Nettime-lat mailing list
Nettime-lat@nettime.org
http://amsterdam.nettime.org/cgi-bin/mailman/listinfo/nettime-lat